La dama blanca by María Inés Falconi

La dama blanca by María Inés Falconi

autor:María Inés Falconi [Falconi, María Inés]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789877388190
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2021-08-04T00:00:00+00:00


Amelia comió a las apuradas y fue a encerrarse en su cuarto. Estaba tan excitada que durante la cena habló hasta por los codos. Su mamá la escuchaba encantada, aunque no sin preocupación. ¿Y si toda esta catarata de palabras era resultado de una fiebre que se avecinaba? Amelia nunca había sido muy charlatana.

Su papá, en cambio, no le prestaba atención. Estaba callado y preocupado. La epidemia de fiebre amarilla parecía estar cada vez más descontrolada y lo que había empezado como una enfermedad de los conventillos y de los barrios de negros que estaban junto al Riachuelo se estaba extendiendo ahora a las familias “acomodadas”. Si hubiera sido por él, ya hubiera dejado Buenos Aires hacía rato. Todo por la bendita fiesta.

La que más desconfiaba de la alegría de Amelia era Deolinda. ¿Por qué tan contenta? Por mucho que pensaba y pensaba, no encontraba nada raro. Ese muchachito había pasado por la tarde, como todos los días, no se había acercado, no había vuelto a aparecer… No. No tenía por qué preocuparse. Seguramente Amelia se había desilusionado cuando supo que era italiano y vivía en el conventillo, y ya no iba a prestarle más atención.

Amelia le echó llave a la puerta de su cuarto. Nunca se encerraba, pero esa noche tenía pánico de que alguien fuera a entrar justo en el medio de su “cita”. No se puso el camisón. Muy por el contrario, buscó el vestido que más le gustaba, volvió a peinarse y eligió un colgante para el cuello. No se maquilló, porque ni sabía lo que era el maquillaje. Así vestida, como para salir a tomar el té, se sentó a esperar junto a la ventana.

El reloj del comedor dio las ocho y media. ¡Los minutos no pasaban más!

Se paró y apagó la lámpara de su cuarto para que pensaran que ya estaba durmiendo.

Después dudó. ¿Y si Giuseppe también pensaba que estaba durmiendo?

Tenía que dejarle una señal para que supiera que lo estaba esperando, pero una que solo él pudiera entender. ¿Un chal en la ventana? No, podrían verlo desde afuera. ¿Un pañuelo? Tal vez, pero corría el riesgo de que él no lo viera. Luces, flores, señales en el espejo, pero para eso necesitaba luz. ¡¿Por qué no había pensado en eso?!

Ya está. Tenía que abrir la ventana. Por la noche todas las ventanas estaban cerradas, así que si él veía su ventana abierta iba a saber que ella lo estaba esperando. Corrió la cortina y la abrió. Al instante los mosquitos entraron como si hubiera una fiesta. A Amelia no le alcanzaban las manos para matarlos. Agarró el abanico para espantarlos y siguió esperando que se hiciera la hora.

Giuseppe llegó a las nueve en punto, con la primera campanada en el reloj del comedor. Se paró, como era su costumbre, en la vereda de enfrente.

Al verlo, Amelia fue hasta la ventana y sacó medio cuerpo afuera. Él la saludó con una reverencia, gorra en mano.

Amelia le hizo señas para que se acercara. Giuseppe entendía las señas mejor que el castellano.



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